Así como el día precede a la noche fuiste delante de mi tiempo.
Llevabas la sonrisa del cielo y los ojos del mar.
Vestías con los frutos del jardín de las Hespérides.
Llenaste el aire espeso de tu conjunción de aromas dulces.
La oscuridad se apoderó del momento y lo hizo eterno.
Se detuvo, entonces, la mano del creador y apretó las tuyas con fuerza.
Entre sueños de amnistía y comulgación te hundías y enredabas en las sábanas.
Y ya nada volvía a ser como lo imaginamos ¿verdad?
Quise irrumpir en tu desiderátum pero fue inútil.
Inútil como todo rezo y toda plegaria para no verte caer.
Triste ahora y herido después, el llanto nada curó.
Sólo el efervescente hielo de la piel rugía desde dentro.
En todo estaba tu reflejo, en todo.
La pequeña imagen de la luz.
La misma que creé cuando te vi nacer del pensamiento.
El crepúsculo llegó.
¿Dónde estabas entonces?, ¿dónde?
El alma profanada devastó y hirió la tierra.
Se levantó tu trémulo cuerpo y susurró el viento tu nombre.
La penumbra en soledad destiló los miedos y los sepultó en su corazón.
El fin de toda ilusión.
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