No sabré por qué estamos aquí, así, parados.
No sabrás por qué pasa esto, por qué es que pasa.
Si quisiera mirar al cielo se que no te encontraría.
¿En dónde estas cuando no estas?
El vacío cobra vida, como un animal hambriento se abalanza desde mi interior; se define en un instante, con garras y dientes destroza todo recuerdo durmiente, devora todo pensamiento etéreo, consume desde dentro. Se perfila para salir, una vez más de tantas ya que logró escapar, y así romper con las ilusiones del exterior; quebranta, desgarra, suprime, todo sucumbe a su paso. Detrás sólo el suelo y sus grietas lo observan avanzar errante y soberbio; detrás sólo un mar de anhelos rotos, despedazados por aquel que todo lo absorbe, todo.
Sus brazos se extendieron con el afán de alzarme, aún lo recuerdo; aún surca los espacios de mi memoria como una hoja que es víctima del juego despiadado del viento.
Viento destajador, llévate de una vez con tus azotes infranqueables ese vacío encarnizado y vil, arráncalo de raíz de un sólo soplido y llévalo a donde no encuentre escapatoria.
Sin penas ya, sin lamentos más que el súbito pensar, más que el cálido pero vertiginoso alumbrar de sus ojos menguantes; se quedó impredesciblemente en silencio, como ausente, como en sueños; pudientes estos de elevarse más allá de la danza sin gloria de los pájaros, de alcanzar los límites de todo; del abismo en su piel, del huracán en su vientre, de la colmena en su corazón.
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