Carente en su mundo, vi pasar los rayos del Sol.
Se recostó bajo sus ojos y se dejó ver.
Se acercó a mí, suavemente, como una pluma empujada por la brisa del verano.
El estrecho momento en que fue presa de mis pensamientos,
fue el mismo en el que desapareció de mi radar de cristal.
A penas cuando creí soñar despierto, ahí estaba otra vez,
como un espejismo dulce de sabores complicados;
un vapor celeste ininterrumpido de fragancias.
Tan sólo una mujer, la viva imagen de la belleza poética,
esa misma que a veces me visitaba durante el día y
luego me acunaba hasta que me dormía.
Actuó naturalmente, y es que eso fue algo que la caracterizó: la naturaleza.
La de su figura; sus gestos; su sonrisa; sus manos; su largo y oscuro cabello;
sus piernas afinadas en la escala del instrumento escritor.
Fue un momento, lo sé, pero valió la pena viajar,
aún como una imagen blanca atrapada en una nube.
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